Cuando he entrado en el local, la bocanada de humo procedente del fondo me ha envuelto como un sudario. Los cuatro fumadores, colocados en una mesa bajo el televisor antediluviano que jamás he visto encendido, callan levantando la cabeza al oírme entrar. Estoy por dejar la puerta abierta, que se ventile un poco, pero la mirada impaciente del dueño, atrincherado tras la barra, me lleva a cerrarla con resignación.
-Buenos días, -digo con voz que espero sea muy masculina. La respuesta deshilachada, me llega envuelta en volutas: desde un días gruñido con desgana a una interjección que puede ser un saludo o un que te den.
-Buenos días, -digo con voz que espero sea muy masculina. La respuesta deshilachada, me llega envuelta en volutas: desde un días gruñido con desgana a una interjección que puede ser un saludo o un que te den.
Cuando me acomodo sobre la barra procurando no apoyarme demasiado, no seré yo el que incomode las capas de porquería acumuladas con mimo sobre su superficie, los tertulianos del fondo vuelven a su quehacer perdiendo el interés por mí. El dueño no, él carraspea mientras me observa con los ojos entrecerrados, esquivando la nube tóxica del moribundo pitillo que pende de la comisura de sus labios. Ante él tiene abierto el Marca y noto que le jode profundamente que haya interrumpido su lectura.
-Un café, -gruño, pero dando a entender que tampoco me importa una mierda si me lo pone o no. Y nada de por favor, eso son mariconadas. Tras echarme un nuevo vistazo, yo me he vuelto hacia la puerta con gesto de indiferencia, veo por la comisura del ojo que me está preparando el brebaje al que soy adicto desde hace tantos años. No le quito la vista de encima, rumores hay de que esa carraspera ha depositado más de un regalo en el café de algún cliente distraido. Los de la mesa del fondo siguen refunfuñándose los unos a los otros mientras dan buena cuenta de la primera copa del día, o la segunda, que tampoco les llevo la cuenta.
Mi café llega sostenido por una mano sospechosamente bailona, pero no derrama una gota al depositarla con cautela sobre la barra. Sin mirarle, tampoco quiero provocar, le dejo unas monedas al lado de la taza. Las coge con un carraspeo alarmante, aunque no hay cuidado, ha vuelto la cara y los proyectiles van en otra dirección. Conforme vuelve a su Marca prendiendo un nuevo pitillo, yo echo el azúcar en el café, leo la leyenda del sobre, Aburrirse es besar la muerte, sonrío con indiferencia y me llevo la taza a los labios...
Es magnífico. Increíble, pero cierto. No sé cómo lo hace, a veces me pregunto si tiene que ver con los sedimentos acumulados en interior de la cafetera, pero es de los mejores cafés que he probado. Lo saboreo con deleite y me enciendo un cigarrillo. Tengo que reprimir la sonrisa de satisfacción que amenaza con quebrar el gesto malhumorado que me permitirá volver al día siguiente. Todo sea por un buen café, por empezar el día con ese ritual de hace años y que ahora, por mucho que me intenten convencer, no voy a cambiar por zumos y frutas. Si lo hiciera, estoy casi seguro que los del fondo pondrían precio a mi cabeza.
Cuando termino, escupo un adiós que suena a no pienso volver a este local infecto, pero sé que al día siguiente estaré allí y ellos también lo saben y estoy seguro de que si faltara, me echarían de menos.
Mi café llega sostenido por una mano sospechosamente bailona, pero no derrama una gota al depositarla con cautela sobre la barra. Sin mirarle, tampoco quiero provocar, le dejo unas monedas al lado de la taza. Las coge con un carraspeo alarmante, aunque no hay cuidado, ha vuelto la cara y los proyectiles van en otra dirección. Conforme vuelve a su Marca prendiendo un nuevo pitillo, yo echo el azúcar en el café, leo la leyenda del sobre, Aburrirse es besar la muerte, sonrío con indiferencia y me llevo la taza a los labios...
Es magnífico. Increíble, pero cierto. No sé cómo lo hace, a veces me pregunto si tiene que ver con los sedimentos acumulados en interior de la cafetera, pero es de los mejores cafés que he probado. Lo saboreo con deleite y me enciendo un cigarrillo. Tengo que reprimir la sonrisa de satisfacción que amenaza con quebrar el gesto malhumorado que me permitirá volver al día siguiente. Todo sea por un buen café, por empezar el día con ese ritual de hace años y que ahora, por mucho que me intenten convencer, no voy a cambiar por zumos y frutas. Si lo hiciera, estoy casi seguro que los del fondo pondrían precio a mi cabeza.
Cuando termino, escupo un adiós que suena a no pienso volver a este local infecto, pero sé que al día siguiente estaré allí y ellos también lo saben y estoy seguro de que si faltara, me echarían de menos.
A veces te encuentras con situaciones, lugares o personas, que te llevan a crear cosas insospechadas. Mira hasta donde te ha llevado este bar.
ResponderEliminarMuy buena idea, Joe. A lo mejor también sale novela nueva, no? :)
Buena suerte con este nuevo espacio. Te "link-eo" ya!
Hola Vero, ¡Gracias!
ResponderEliminarBravo. Esta entrada me encantó en su momento. Me fascina toda la fauna del Piojoso, así que me tomaré un café de esos tan buenos, si no te importa.
ResponderEliminar