El silencio se puede cortar con un suspiro pero a ver quién es el guapo que lo deja escapar.
Tengo el café delante de mí, a pesar de mi ausencia de varias semanas, me han vuelto a aceptar como uno más. Ahora lo único que tengo que hacer es aguantar la respiración para evitar la sempiterna humareda y así conseguiré tomarme el café sin caer otra vez en las garras del tabaco.
Pero volvamos al silencio que hiere y obliga. Tanto que he removido mi brebaje evitando las paredes de la taza y al dejar la cucharilla, hasta me ha temblado el pulso del cuidado con que lo he hecho. La espera se prolonga demasiado. Entonces alguien se cruza de piernas y otro se acomoda en la silla.Un tercero ahoga una tos, el de más allá expulsa el humo con demasiada fuerza y al cabo surgen las voces de entre la niebla quieta y voy a darme cuenta de que apenas respiraba al hacerlo de pronto con fuerza.
-Si que tarda.
-A saber cómo tendrá eso.
-Mira que si...
La última voz calla ante varios gruñidos de advertencia, ese "si" no quieren contemplarlo.
Creo que ya lo he comentado en alguna ocasión, este momento del día que se balancea entre el sueno y la realidad, es la hora mágica en que todos hacen planes, nada definido, simplemente acarician la idea de comenzar una nueva vida, una mejor que no sea solo dejar pasar el tiempo. Y en esos instantes hasta llegan a creer que cuando salgan por la puerta del bar van a dar el primer paso, el más difícil porque los demás suelen venir detrás sin demasiado esfuerzo. En cuanto rompe la luz del sol y pasan los primeros críos camino del colegio, ese momento se pierde. La magia se difumina y alguno piensa que lo hará mañana, citando, probablemente sin saberlo, a Scarlett O´Hara. Pero ese hechizo es el combustible del día, lo que les mantendrá en marcha hasta el día siguiente. Que ese momento se rompa antes de tiempo o no llegue a cristalizar es suficiente para que la gente se sienta jodida, muy jodida.
Al final, el Piojoso emerge por la puerta del almacén y los rostros se vuelven hacia él expectantes. El sonríe de medio lado o les gruñe, que con éste nunca se sabe, pero las miradas se centran en la botella que lleva en la mano.
-Quedaba una. Veterano -anuncia, metiéndose tras la barra.
Varias sillas se arrastran y de pronto la barra está repleta. El Piojoso prepara copas y carajillos con rapidez, los habituales corren de vuelta a sus sitios y la calma cae cobijando ese instante mágico.
Me marcho con tanto sigilo como me es posible, con un peso indefinible en el pecho. La ropa me apesta a humo y el olor me trae recuerdos. No sé yo si esto va a funcionar...
Claro que funcionará, solo tienes que proponértelo. Hace varios años dejé el tabaco porque no soportaba la idea de que me dominase la necesidad de fumar. Estoy encantada de haberlo hecho.
ResponderEliminarMenos mal que el Piojoso tenía el último recurso para conservar ese momento mágico que todos comparten a la misma hora.
Espero que tengas razón porque a veces la ansias... Pero no, resistiré. Gracias por los ánimos.
ResponderEliminarYo todavía estoy en la "hora mágica" haciendo planes y postergándolos a mañana.El relato como siempre me ha encantado.:)Fdo: Vacapollo
ResponderEliminarPara dejar un vicio a veces hay que buscarse otro vicio. Pero un vicio más sano, claro ;)
ResponderEliminarNo hay vicios sanos, Verónica, porque entonces se convierten en hábitos saludables y eso, ya no es lo mismo ;-)
ResponderEliminarHola Vacapollo, soñar es maravilloso pero hay que aderezarlo con dosis de realismo ;-)
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