viernes, 4 de diciembre de 2009

LA PASTA DE DIENTES


-¡Qué me lave los dientes va y me suelta! No abulta ni esto la cría de los cojones. -La mano, cuadrada y gruesa, oscila a la altura de la abultada barriga de su dueño, por lo que calculo que tendrá unos seis o siete años. La cría me refiero, no la barriga que esa ya ha visto mundo, ya. El hombre vuelve a apoyarse en la barra, prácticamente se acuesta en ella abrazando el carajillo con mimo. Por la edad que tiene, infiero que la pequeña insolente debe ser su nieta.

-Pues lávatelos, hombre, que con lo que le pegas, la chiquilla te verá doble -interviene el Piojoso-. La estarás traumatizando.

Los demás se ríen, pero no demasiado. Para mí que la mayor parte de los habituales necesitaría un manual de instrucciones sobre cómo manejar un cepillo de dientes, y eso incluye al Piojoso.

-¡Pero si me los lavo! -ruge indignado el abuelo-. Toas las mañanas cojo el bicarbonato y me refriego a base de bien. La parienta dice que armo un montón de jaleo, que si me he vuelto loco. -Pega un trago cauteloso al carajillo seguido de otro más largo-. Le digo que no, que es por la cría. -Menea la cabeza-. Y pa na. Te huele la boca, Yayo -remeda el hombre a la niña mientras compone una mueca de disgusto-. No te voy a dar más besitos. ¡Bah! ¿Quién los quiere?

-Lávatelos con pasta, coño, el bicarbonato es para cuando tienes acidez -interviene Bajito-. Con la pasta no te olería el aliento.

-¿Pasta?

-Sí. joder, pasta de dientes. La Colgate o una de esas. Huelen bien, a mí me dan ganas de comérmela.

-¡Quía! -exclama el abuelo-. Eso es como comerse un chicle y a mí no me gusta el chicle. Mi padre se los lavaba con bicarbonato tos los domingos pa ir a misa y le iba bien. -Suspira con resignación-. Ya no me da ni besos.

-Venga, tonto -ríe el Piojoso-. Yo te daré uno si quieres.

Las risas se mezclan con gritos de ¡Con lengua, con lengua! a lo que el Piojoso saca a pasear una "sin hueso" entre blanquecina y amarillenta que quedaría de miedo en una película de zombis. El abuelo de repente animado, se une a las risas y le espeta al Piojoso que adelante con el beso, pero que espere a que se baje el pantalón que lo quiere en el culo. Ahí apuro el café y decido marcharme. No por nada, pero lo último que me apetece es empezar el día con la imagen de un trasero arrugado. Y por las risotadas y palmas que rebotan contra la puerta mientras la cierro, creo que he hecho bien.
De todas formas, apostaría los ahorros de mis vecinos a que el abuelo se compra la pasta de dientes. Hay cosas que no tienen precio y los besos de una nieta son una de esas cosas.


Publicado el 11 de septiembre de 2009 en Letras para Soñar.

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