viernes, 29 de enero de 2010

EL CAMINO


—A veces me entran ganas de dejarlo todo atrás y salir a caminar. Pero no por una carretera. Me gustaría que fuera un sendero sin asfaltar, todo polvoriento, pero sin muchas vueltas y revueltas. Prefiero que apunte al horizonte como una flecha y que enfile hacia la puesta de sol. Y a los lados del camino, campos de trigo y cebada con amapolas entre las espigas. Y de tanto en tanto una arboleda, unos cuantos chopos o álamos, pero nada de bosques. Y alguna que otra colina con romero, espliego, brezo, lavanda y tomillo. Y tendría que ser primavera, una suave y cálida con chaparrones. Nada serio, lo justo para refrescar el ambiente y que todo se mantuviera verde.
Y cuando me apeteciera, subiría a una de las colinas y podría ver el mar a lo lejos. Un mar en calma o, como mucho, con olas rizando espuma con parsimonia.
Y cada anochecer llegaría a un pueblo pequeño en el que habría una plaza con un gran árbol en el centro: un roble, una encina o algo por el estilo. También habría un bar para cenar y tomarme algunas copas mientras charlo con los lugareños o echo una partida al tute o al dominó. Luego alguien me ofrecería alojamiento para pasar la noche y yo aceptaría. Al día siguiente, cuando rompiera el sol por levante, ya estaría de nuevo en camino. Y así un día tras otro sin mayor preocupación que echar un pie tras el otro.
—Te aburrirías.
—¿De qué?
—¡Coño de qué! pues de hacer siempre lo mismo, Paco.
—¿Y que crees que hago ahora, listo? ¿Y vosotros? Todos los putos días lo mismo y no os veo muy divertidos.
El Piojoso da una profunda calada al cigarrillo que acaba de prender.
—Venga, no me pongáis esas caras. Era una coña, ¿qué iba yo a hacer sin vosotros? Vamos con los cafés.
Y el repique de tazas y copas son el único sonido que se oye en el bar hasta que me marcho.
Fuera hace frío y huele a lluvia. Compro el periódico y me voy a casa pensando en cómo seria el camino que yo elegiría.
El día se presenta lleno de grises.

domingo, 24 de enero de 2010

TRAGAPERRAS E HIENAS


-El otro día estuvo por aquí.

-¿Y qué?

-Me pidió pasta.

-¿Le diste?

-Veinte pavos. Para hacer la compra. -Aspira el humo y encoge los hombros-. Me dio lástima.

-¿Eso fue ayer?

-Justo, por la mañana.

-Pues lo vi por la tarde en el bar de Manolo dándole a la máquina.

-¡Será cabrón!

Sabio echa la cabeza hacia atrás esquivando el humo ensalivado del otro.

-Es un vicio.

-Si, y el de su familia también, ¿no? Vicio de comer. Si lo pillo, se va a enterar. -El Piojoso aprieta los dientes con rabia, tanta que corta la boquilla del cigarrillo.

-Pues lo verás, esos siempre cubren el mismo territorio.

-Como las hienas.

-Nunca le he visto reír.

-Las hienas tampoco se ríen.

-Es un desgraciado.

Acaban callando.

La máquina del fondo sigue con sus cantos de sirena.

jueves, 21 de enero de 2010

...año de bienes



-Nieve por todas partes y la gente con trineos, esquíes,... Dice el alcalde que si la cosa sigue así, nos vamos a hacer ricos.
-Y tú te quedaste esquiando, ¿no?
-Claro, teníais que haberme visto; estoy hecho un profesional.
Cruzamos todos miradas de incredulidad. Mientras, Isabel palpa el aire intentando darle forma al humo que flota como una nube por el interior del local.
Bajito se remueve sobre su silla.
-Coño, ¿me vas a decir que has estado fuera esquiando estos tres días?
-Sí, mi semana blanca -afirma el Piojoso muy sonriente.
-¿Y que han puesto pistas de esquí en tu pueblo?
-Sí, eso es. Joder, eres la leche. Lo coges todo a la primera.
-¡Pues podías haber dejado un cartel! -acaba por estallar Bajito-. Que aquí hemos estado preocupados.
-¿Un cartel? - se revuelve el Piojoso con los ojos entrecerrados. Isabel parece husmear que algo acaba de torcerse y dando unas gracias musicales, se marcha con las manos entrelazadas.
-Sí, joder, un cartel diciendo que estabas de vacaciones.
-No estaba de vacaciones, listillo. Nevó tanto que no había manera de salir del pueblo.
Bajito recula, acaba su copa y recordando experiencias anteriores, musita un "me alegro que estés de vuelta" y sale a escape. El Piojoso se ríe para sí mismo mientras enciende un pitillo.
-Anda que no eres tú cabrón -suelta Mario con una suave sonrisa-. ¡Esquiando! serás mamón.
El Piojoso se encoge de hombros sin dejar de reír.
-¿No es la fiesta del embutido en tu pueblo?
El de la barra no contesta, pero la risa cobra un ritmo más grave.
-Fuego de leña, buen chorizo con pan, vino, carajillos y partidas de cartas. Eso es lo que tú has esquiado.
-Pero estábamos aislados.
-Ya -bufa Mario.
-Y bien que lloramos cuando llegaron las quitanieves. Nadie las había llamado, no nos faltaba de nada. -Suelta una carcajada sonora a la vez que expulsa el humo del cigarrillo.
-Pues casi te quedas sin clientela -comenta otro. Creo que se llama Manolo.
El Piojoso sonríe abiertamente.
-¿Sin vosotros? ¿Y a dónde vais a ir, pringaos? ¿A la panadería con las marujas y todas esas luces?
La pregunta queda sin respuesta. Pero tiene razón, los habituales del bar no tienen lugar en sitios como las panaderías esas donde sirven cafés. Serían como vampiros tomando el sol.
Me marcho y distingo las luces de la panadería en cuestión. Buen café tienen, eso sí...
Me alegro de que el Piojoso haya vuelto.

martes, 12 de enero de 2010

Año de Nieves...


-¿Dónde estará?

-Iba para su pueblo el fin de semana. Seguro que está aislado por la nieve o algo así.

-Joder, pues a ver dónde vamos.

Somos cuatro frente al Piojoso dando saltitos en la acera para ahuyentar el frío.

-Está la panadería esa que ponen cafés -sugiere uno con la nariz goteante.
-No dejan fumar.

-Pues por aquí está todo cerrado.
Al cabo de cinco minutos nos gruñimos un hasta luego resignado y cada cual se dirige a casa. Bueno, yo no. Yo ya no fumo, así que me voy a la panadería y pido un café. No aguanto demasiado. Mucha luz, gente entrando y saliendo que vocifera buen día como si por el hecho de gritarlo fuera a ser mejor. Las conversaciones sobre el pan, el frío, los niños, los mayores...

El café no está mal, eso que me llevo.

Espero que la nieve se derrita pronto.

miércoles, 6 de enero de 2010

MANOS


En el barrio hay una presencia liviana como un suspiro que se presiente antes que verse.

Haga frío sobón o calor impertinente, luce siempre el mismo suéter de pico y colores rotos. Los vaqueros mugrientos se despeñan buscando donde aferrarse en las piernas magras hasta caer sobre los pies. Allí asoman las zapatillas que son de las llamadas pantuflas, de ir por casa. Estas hallan hogar en las aceras que encaminan sus adoquines a las puertas de los bares.

Camina a trancas como una marioneta de hilos flojos y se detiene cada pocos pasos. Es entonces cuando las manos buscan el aire. Manos de dedos largos, uñas rotas y negras que no arañan el aire, solo lo acarician conjurando quién sabe qué. Ella musita o canturrea y tiene la mirada más allá. Solo dura unos segundos, luego las manos caen a los costados, yertas, agotadas. Y ella se pone de nuevo en marcha asomando la cabeza por los bares y pidiendo para un café y también un cigarrillo. La voz es extrañamente infantil, aunque la mirada deshace enseguida la impresión.

-Hola, Isabel. ¿Cómo va? -el Piojoso sonríe abiertamente ofreciéndole un cigarrillo.

-Bien, esperando que llamen. -Prende el cigarrillo al que se agarra con fruición. Luego agradece el café que uno de los habituales ha pagado. Apura la taza del tirón y vuelve al pitillo con fuerza. Rompe a toser. Una tos húmeda presagio de tormentas.

-Cuidado, mujer. No deberías fumar -advierte uno a mis espaldas. No sabría decir quién. No puedo apartar los ojos de ella.

-¿Yo? Pecho de oro, estoy fuerte. -La mano aletea adiós.

-Bailaba -comenta la voz de antes. Esta vez me giro. Es uno al que llaman Mario: cuarentón, manos como palas y mirada lejana, amable.

-Y dicen que lo hacía bien -murmura el Piojoso-. Entonces la dejó el marido y mira...

-Qué cosas -gruñe Mario.

-Sí.

Y nadie dice más.

Salgo a la calle y al mirar calle arriba, la veo ahí parada agitando las manos como palomas.

Manos que buscan...