miércoles, 10 de marzo de 2010

DESEOS


—No puedo evitar pensar qué ocurriría si la gente supiera de verdad como soy.
—Ya estamos con la metafísica de los cojones.
—No, coño, lo digo en serio.
—Y yo también lo digo en serio. Venga, no des por culo de buena mañana.
Un rumor leve de fondo asiente mostrándose de acuerdo con el Piojoso. Hace frío, un helor que te mete mano y, a la que te descuidas, acaba por robarte toda la tibieza. No nos hace ninguna falta que Sabio venga con sus ocurrencias baratas… Sí, supongo que tampoco tengo el día y me apetece que estos momentos iniciales transcurran en silencio para cobijar la esperanza de que quizás hoy…
—¿Me invitas a un café, cariño?
Isabel manosea el aire frente a mí mientras su mirada vuela de mi rostro a la barra, de ahí al Piojoso y devuelta a mí, sin detenerse demasiado en ningún sitio.
—Claro —respondo con una sonrisa que improviso.
—Tabaco no —dice para sí, tras darme las gracias—. Tú ya no fumas.
Pues no, pienso para mí, eso que he ganado.
No tarda en sacar un pitillo de alguno de la barra y enlaza las manos alrededor del café con leche. La observo con tristeza —hoy todo es del color de la ceniza—, con su suéter raído, sus pantalones desgastados y la expresión minada. Me parece que hoy al día le van a sobrar horas por todas partes.
—Y no hablo de las cosas que he hecho —sigue Sabio como si no hubiera mediado interrupción alguna—. No digo que no haya hecho alguna que otra barrabasada, ya lo creo. Je, je. No, en realidad me refiero a los deseos—. Se interrumpe mientras enciende con parsimonia un cigarrillo. Casi a mi pesar me encuentro aguardando a lo que vendrá a continuación. No soy el único.
—Que te zumbarías a tu cuñada y no quieres que tu parienta lo sepa, ¿eh? —el Piojoso ríe con aspereza—. Tú y tus deseos.
Sabio niega con gravedad e ignorando la burla.
—No, eso son chorradas. Me refiero a deseos de esos profundos, esos que tienes cuando te despiertas en mitad de la noche o cuando estas distraído y de pronto te vienen a la cabeza. Esos deseos. Y cuando los tengo, me pregunto si la gente que me quiere, de saber lo que ronda…
Me quedo esperando algún comentario o más bien alguna pregunta para que Sabio ponga algún ejemplo. Pero nadie habla y de pronto la tensión se podría arañar.
—Deseos, cosas de niños. Nadie te da un deseo, nadie. Cosas de niños. Yo perdí a los míos —Isabel ahoga el sollozo en que derivaba la frase y, mientras manotea como si recogiera las palabras que acaba de pronunciar, se marcha a toda prisa.
—No era eso de lo que…
—Tómate una copa
—No sé…
—Tómate la copa y cierra el pico.
Y Sabio se la toma y también cierra el pico, como le pide el Piojoso, y yo me marcho contando las horas que le quedan al día.